Son las 23:22 de un veraniego sábado de Agosto y a pesar de que he llegado a casa cinco minutos más tarde de la hora establecida, mi madre estaba demasiado ocupada mimando a su polluelo mayor y ni se ha dado cuenta. Por si no se entiende bien, el polluelo mayor es mi hermano Marcos que tiene ya 27 tacos y se está quedando calvo. Esto no es relevante, pero me encanta picarle con el tema de que ya se le ve el cartón. En fin. Marcos hace dos años que se ha ido de casa a vivir con su novia de toda la vida, Miriam. Y aunque solo se ha mudado a un barrio a unos 10 minutos en coche de aquí, para mi madre es como si se hubiese ido a la Conchinchina. Que ni sé dónde queda ni me interesa demasiado, pero me imagino que está bastante lejos. Lo dicho, que aunque he llegado tarde por segunda vez en el día, en esta ocasión me he librado de la bronca. ¡Bendito síndrome del nido vacío!
En cuanto a la cena todo ha transcurrido con total normalidad. Marcos, papá y yo hemos acabado hablando (discutiendo) sobre fútbol y deportes mientras que Miriam y mamá charlaban sobre sus cosas de moda y decoración. Somos una familia abocada a los mono temas, que le vamos a hacer. Aunque no me quejo. Me encantan las charlas en familia después de las comidas, me recuerdan a cuando era pequeña. Entonces los que conversaban sobre deportes eran Marcos y papá, yo solo me sentaba a su lado y me dedicaba a preguntar todas y cada una de las cosas que no entendía sobre su conversación. De echo así es como aprendí todo lo que actualmente sé sobre fútbol y otros deportes.
Me lo he pasado tan bien en la post-cena con mi familia que cuando he querido darme cuenta eran las 10:45 y yo aún estaba con el bikini puesto, sin duchar y sin ninguna apariencia de haber quedado en 45 minutos. Es la historia de mi vida. Menos mal que “Super Marcos” se ha ofrecido, no sólo a llevarme a la zona de marcha, sino a devolverme sana y salva a casa cuando ellos se recojan también a dormir. ¿A que es un amor de hermano?
Lo dicho, ahora mismo son las 23: 25 ya de la noche y aunque con las prisas casi me desnuco en la ducha, estoy casi lista. En escasamente una hora he conseguido hacer todo aquello que otras noches me ocupa durante al menos dos.
Después de pensármelo un rato (mucho menos de lo que me lo pensaría cualquier otro día) he decidido ponerme una ajustada falda de tubo negra con una bonita camiseta blanca de espalda descubierta y escote en pico que me he comprado hace apenas unos días.
Me miro al espejo por última vez y me retoco el maquillaje. Nunca me ha gustado ir demasiado recargada, aunque me gusta que se note que me he arreglado. Dada mi indumentaria y mi peinado rizado a lo leona, he decidido ponerme una sombra gris brillante en los ojos, que hace que parezcan incluso más azules y un potente pintalabios burdeos. Me encantan los tonos potentes en los labios.
-¡Ari, o bajas ya o nos vamos! – grita la voz de mi hermano desde la escalera
Doy un respingo frente al espejo cuando le oigo y grito de la misma forma que él había hecho para que me oiga bien.
-¡Ya voy!
Giro sobre mi misma y acabo de meter mis cosas atropelladamente en un pequeño bolsito de fiesta. Me agacho al lado de la cama y cojo los tacones negros de 10 cm que antes he dejado ahí. La verdad es que yo soy más de ir en zapatos planos o en tacones más anchos y bajos, pero después de haberme probado casi todos los zapatos que tengo en el armario estos eran los que más me convencían con la ropa que me he puesto.
Corro escaleras abajo. En la puerta principal está mi hermano, con la chaqueta ya puesta y listo para marcharse, y Miriam, que tiene la chaqueta apoyada en el sofá, y charla animadamente con mi madre.
-Ya…podemos irnos – digo sin aliento.
-Ya era hora– me refunfuña mi hermano – Adiós mamá, traeremos a Ari cuando nos vayamos nosotros a casa, no te preocupes.
-Bueno, pero no vengáis muy tarde ¡eh! Y tu pórtate bien y no bebas – dice mi madre atravesándome con esa mirada tan seria que solo ella sabe poner y que casi me hace prometerle en silencio que no lo haré. “¡Y una leche!” me espeta mi subconsciente.
-Si mamá –digo mientras le doy un beso en la mejilla y trato de ponerme los zapatos sin besar el suelo.
Nos metemos en el coche de mi hermano y nos dirigimos al centro, donde se concentra la zona de marcha de la ciudad.
Media hora después, Marcos aparca y tras haberme advertido cuatro veces que debo estar pendiente del móvil para que me avise cuando nos vayamos, me despido de ellos y hecho a andar, sin prisa (por si me la pego con los tacones) pero sin pausa, hacia La Caverna. Ese local es uno de mis lugares favoritos de la ciudad. De día es una simple cafetería de barrio pero por las noches se convierte en una especie de pub hogareño y muy acogedor en el que se puede bailar pero también mantener una buena conversación con los demás.
Abro la puerta y desde el umbral echo un vistazo rápido hacia el interior tratando de buscar el rostro de mis amigas. Las veo al final de la barra y me dirijo hacia ellas esquivando a toda la gente que a esta hora ya se encuentra bailando en medio del local.
-¡Hombre, por fin! ¡Ya era hora señorita tardona! – refunfuña Lara.
Le doy un abrazo rápido y me fijo en que esta noche está guapísima como siempre. Lleva un precioso vestido azul, ajustado y corto que hace que sus interminables piernas lo parezcan incluso más y su largo y oscuro pelo liso le cae sobre la espalda.
-Lo siento…he tenido que arreglarme en tiempo record – digo
-Claaaro, por eso llevamos casi una hora esperándote – responde Bibi sarcástica asomando por detrás de Lara y regalándome su mejor sonrisa. Ella también está muy guapa lleva un espectacular vestido con un bonito estampado de flores beis y salmón que hace juego con su media melena rubia que hoy se ha rizado.
-¿Y si dejáis de regañarme y me pedís algo de beber? – respondo con voz de agotamiento tratando de zanjar de una vez por todas el tema de mi falta de puntualidad.
- Pero espera que tengo que presentarte – responde Bibi
Le doy la espalda un segundo mientras que me quito la chaqueta y la dejo cuidadosamente encima de las suyas junto con el bolso. Cuando me vuelvo para descubrir a quién se refería la loca de mi amiga con lo de las presentaciones, casi me caigo de culo al ver a tres chicos algo más mayores que nosotras que me miran de hito en hito. Aunque yo sólo puedo mirar a uno de ellos. El chico moreno de los ojazos verdes.
Una sonrisa pícara se dibuja en su cara, mientras me da un repaso de arriba abajo, y yo estoy segura de que mi rostro ahora mismo es todo un chiste. Y de los malos me temo.
- Ari, estos son Carlos, Manu y Hugo; chicos esta es Ari – dice Bibi sacándome de mi ensoñamiento. Y señalando a cada uno de los chicos que tengo delante.
“Hugo, se llama Hugo. Mmm. Como el de <A tres metros sobre el cielo> y…”, “Sí, y como los gayumbos de tu hermano <Hugo Boss> ¿Quieres acercarte y saludar de una vez?” me increpa mi recién descubierta vocecilla interior, que al parecer es un poco borde. Aunque tiene razón creo que estoy destinada a parecer una imbécil delante de tan guapísimo espécimen masculino.
Y guapísimo es quedarse corto. Pelo moreno y alborotado, camiseta gris de algodón con detalles en azul, vaqueros negros y converse del mismo color. Eso por no hablar de todo lo que se intuye bajo esa ropa. Aproximadamente un metro ochenta de cuerpo musculado y fibroso, apostaría que debido a toda una vida de práctica de algún deporte. Por sus piernas, que se intuyen compactas y fibrosas, probablemente futbol. Si se me diesen tan bien los estudios, este año habría aprobado selectividad con matrícula de honor y noticia en el periódico, porque a mi madre le habría dado algo de la alegría.
Tras todo este tiempo en mi mundo mis pies parecen reaccionar y me acerco a cada uno de ellos al tiempo que digo “hola” y les doy dos besos. El ultimo al que saludo es a Hugo y cuando su mano roza mi cintura para acercarse y saludarme, un millón de fuegos artificiales estallan en mi estómago. Trato de separarme de el con toda la tranquilidad que me es posible aparentar y tratando de no tambalearme, a pesar de que mis rodillas se han vuelto de mantequilla, me alejo despacio hacia donde están mis amigas. Casi me dan ganas de correr a abrazar a Bibi, cuando interrumpe la incómoda situación con su habitual desparpajo.
-Hechas las presentaciones oportunas…. ¿Quién quiere unos chupitos?
¿Unos chupitos? Unos cuantos voy a necesitar, porque por los calores que me acaban de entrar parece que la noche promete.Y mucho.
Espero que os haya gustado.Dejadme vuestras impresiones en comentarios.Es importante para mi y para seguir mejorando.
Besos Libro Adictos:)
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