Una hora más tarde, y después de haberme calzado cuatro chupitos de tequila, lo cual ha hecho que me gane los respetos de Manu y Carlos, noto que empiezo a ir un poco pedo. Aun así me conozco y sé que todavía no he llegado al punto en el que debo dejar de beber para no acabar cayéndome de culo o durmiendo la mona en algún portal. Asique propongo otra ronda a la que nadie quiere sumarse.
“Rajados”
Lara y Bibi parecen demasiado ocupadas tratando de ligarse a Carlos y Manu y han decidido que lo mejor es dejar de beber o tomárselo con más calma, pero dado que yo no tengo intención de ligarme a nadie esta noche, me acerco a la barra y pido otro tequila con sal y limón para mí.
Mientras el camarero me lo sirve y me dirige esa sonrisa amable que me pone siempre, yo apoyo el peso sobre los tacones de mis zapatos mientras me agarro a la barra y trato de aliviar así el dolor de pies que ya me acompaña desde hace un rato y que me hace desear haber elegido otro calzado aunque me hubiese quedado peor con la ropa que llevo puesta. En ese momento, no sé si por culpa del alcohol o simplemente porque la barra está mojada y resbala, uno de mis tacones se escurre hacia delante, mis manos se sueltan de la superficie a la que me estaba agarrando y estoy a punto de abrazar el suelo justo en el momento en que unos brazos fuertes me agarran de la cintura y evitan un bochornoso y seguramente feo moratón en mi trasero. Cuando me giro, para observar a mi salvador y agradecerle que me haya rescatado, mis ojos se encuentran con una intensa mirada de color verde que atraviesa todas y cada una de las fibras de mi cuerpo.
-Creo que deberías dejar de beber – me dice Hugo con un tono a medio camino entre la sugerencia y la orden, sin apartar su brazo que rodea mi cintura y acercando su boca a mi oreja.
Me recompongo como puedo y me aparto un poco de él para que deje de tocarme o corro el riesgo de empezar a hiperventilar. Vuelvo mi vista hacia la barra y respondo con toda la indiferencia de la que soy capaz.
-Estoy bien, gracias
-Hace dos segundo no lo parecía –responde con un deje divertido.
-La barra está mojada, me he resbalado – digo con un tono más borde de lo que pretendía.
-Ya. Aún así no deberías beber más. Este es el quinto.
“Que cojones…¿los lleva por cuenta?” Porque narices un tío al que apenas conozco de nada habría de llevar por cuenta cuanto alcohol he bebido esta noche. Ni siquiera mis mejores amigas, a las que supuestamente les importo algo, sabrían decirme cuantos chupitos me he echado al gaznate hoy.
Estoy a punto de responderle que no es asunto suyo cuanto bebo o dejo de beber cuando el camarero termina de servirme el tequila. Le entrego un billete de cinco para pagar y mientras rebusca en la caja registradora mi cambio, me paso la lengua por el dorso de la mano y me hecho sal. Después cojo el pequeño vaso y me lo bebo de un trago. Recojo la sal de nuevo con mi lengua y chupo un poco de limón. El líquido baja quemándome por la garganta y sigue haciéndolo incluso cuando me llega al estómago. El camarero me entrega mi cambio lo guardo en mi bolso y me giro para dirigirme a la pista a bailar un rato. Cuando lo hago veo que Hugo sigue detrás de mí y que me está mirando con cara de pocos amigos.
Quiero gritarle que qué coño le pasa y que porque no deja de observarme, pero me muerdo la lengua cuando me doy cuenta de que a una parte de mi le encanta que me preste atención. Aparto ese pensamiento de mi ya embotado cerebro y me dirijo a la pista sola sin molestarme en preguntarles a Lara o Bibi si quieren acompañarme. Están demasiado ocupadas.
En cuanto llego al centro del local, me sumerjo en el mogollón de personas que están bailando unas con otras y empiezo a moverme al ritmo de la música. La canción que suena es “Labios Compartidos” de Maná y me encanta el efecto sedante que tiene siempre en mí. Así que poco a poco voy dejando que me inunde y guie mis pasos de borracha, ajena al resto del mundo. Bueno en realidad ajena a todos no. Cuanto más entro en trance más pienso en Hugo y en porque no le he dicho cuatro cosas cuando casi me ha ordenado que dejase de beber. Y sé porque no lo he hecho. Porque en el fondo me ha encantado sentir que estaba pendiente de mi. Sobre todo cuando el resto de la noche apenas había cruzado dos palabras conmigo. Una punzada de dolor recorre mi cuerpo. En cuanto empiezo a divagar en porque me ha ignorado todo el tiempo y sólo se ha acercado a mí para regañarme, noto como alguien se me acerca por detrás y empieza bailar restregándose un poco.
Me doy la vuelta como puedo, evitando caerme a pesar de lo borracha que estoy, y veo a un chico moreno que parece tener al menos diez años más que yo. Esta sudado y me mira con la sonrisa más lasciva e indecente que he visto en toda mi vida. Decido hacer caso omiso de su insinuante cara de baboso y doy un par de pasos a la izquierda para poner distancia entre nosotros. Le doy la espalda y trato de sumergirme de nuevo en la música y acompasar mi ritmo con ella.
Ni siquiera sé cuánto ha pasado, pero en lo que juraría que es menos de un minuto, el baboso sudado ya está de nuevo a mi espalda, restregándose contra mi culo y acercando peligrosamente sus manos a mis caderas. Me giro cabreada y lo miro con mi peor cara. Como no parece darse por enterado, pongo las manos en su pecho, lo empujo con todas mis fuerzas y le espeto:
-¡Déjame en paz!
Me doy la vuelta y trato de avanzar un poco en medio de la multitud. Pero el gilipollas borracho me agarra del brazo y tira de mí hasta que me estrello contra su pecho sudado y asqueroso. Su cara está demasiado cerca de la mía, y a pesar de la moña que llevo, puedo percibir el olor a whisky que sale de su pestilente boca.
-Venga nena, si lo estás deseando – dice arrastrando las palabras y sobándome descaradamente el culo.
Levanto la mano que tengo libre en el aire y sin pensarlo dos veces le cruzo la cara. Pero aun así, no solo no me suelta sino que acerca su boca más a la mía y dice:
-Cuanto más te haces la estrecha más ganas te tengo.
En ese momento y a pesar de todo el alcohol que llevo en el cuerpo, empiezo a asustarme. Miro a mi derecha y a mi izquierda pidiendo ayuda con la mirada pero nadie parece prestar la más mínima atención a la pequeña chica rubia que un tipo asqueroso tiene retenida por la fuerza. Vuelvo a dirigir mi mirada hacia él y veo que su vomitiva sonrisa se ha hecho más grande. Forcejeo intentando liberar mi brazo cautivo pero es inútil, creo que aunque estuviese serena jamás hubiese podido soltarme.
-¡Sueltame, joder! ¡Sueltame! – le grito mientras sigo forcejando con todas mis fuerzas.
-¡No,guapa!¡Sé que lo dese…!
En ese momento y por un segundo no soy consciente de lo que está pasando. El tío baboso y sudado no consigue terminar la frase y de repente ya no está. Todo cuanto puedo ver delante de mi es una ancha y fornida espalda que a pesar de mi estado me resulta familiar.
-¡Ha dicho que la dejes en paz! – gruñe Hugo por encima del bullicio.
Trato de ponerme a su lado para observar la escena, pero la gente se ha arremolinado entorno a nosotros y lo único que alcanzo a ver es la cara del tipo baboso, que parece realmente asustado mientras Hugo lo sostiene de la camiseta y su cuerpo se convulsiona de ira.
Por un momento cuando mis ojos se encuentran con los de mi acosador, siento pena de él y a pesar de mi cerebro ralentizado por alcohol, sé que debo intervenir y evitar que el tío que ha intentado besarme por la fuerza y que me ha sobado el culo sin consentimiento, acabe su noche de juerga en el hospital si Hugo decide hacer lo que todo su cuerpo parece estar pidiendo a gritos.
Tan firme como puedo, me acerco a él y entro en su campo de visión dándole la espalda al tipo sudoroso al que hora estoy intentando que no le partan la cara. Lo miro a los ojos y un simple gesto negativo de mi cabeza basta para que su mirada me demuestre que ha entendido que no quiero que le haga daño. Su cuerpo poco a poco se relaja ante mi tacto y de un empujón suelta al cobarde salido.
-¡Si vuelves simplemente a acercarte a ella, te encontraré y terminaré lo que no he hecho ahora! ¿Me has entendido? – le gruñe en su cara.
El tipejo salido no puede más que asentir acobardado y salir del bar tan deprisa como sus pies de borracho se lo permiten. Hugo lo observa hasta que ha salido completamente mientras yo pienso que si las miradas matasen el borracho asqueroso habría muerto veinte veces antes de llegar a la puerta.
En cuanto lo perdemos de vista, yo empiezo a sentirme realmente mal. Con toda la tensión del momento y tras todos mis esfuerzos por mantenerme estable y firme, a pesar de la borrachera, no me había dado cuenta de la situación tan agobiante que acabo de vivir. Desde muy pequeña he odiado la sensación de sentirme acorralada y retenida. De hecho, con solo 8 años, una vez entré en pánico cuando mi madre me sujetó de ambos brazos para regañarme por haberle roto un macetero jugando a la pelota dentro de casa. Y no lo hice porque estuviese gritando, sino porque me estaba sujetando con fuerza y me sentía acorralada. Así que este baboso me haya retenido por la fuerza aunque solo fuesen 5 minutos, me ha agobiado hasta tal punto que sin ser del todo consciente empiezo a notar como mis rodillas ceden y mi cuerpo se vuelve tan pesado que acabo en el suelo sentada sobre mis talones sollozando como una niña. No permanezco demasiado tiempo allí, porque dos segundos después unos brazos fuertes y que me son más conocidos de lo que cabía esperar, me sujetan de la cintura para incorporarme y me sacan con firmeza del maldito local.
Bueno gente, espero que os haya gustado el capítulo. Os agradecería que me dejaseis vuestras impresiones en los comentarios, ya que son muy importantes para seguir mejorando.
Besos Libro Adictos;)
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