Mayo de 2016
-¿Me podéis decir por qué seguimos viniendo a este local a esta hora si sabemos que siempre está abarrotado?
-Porque es la Happy Hour cielo, copas a mitad de precio – me dice Bibi mirándome insinuante haciéndose oír por encima de la ensordecedora música.
-Ya, pero es que lo que beba lo voy a sudar al minuto entre toda esta multitud – digo exasperada. De echo acompaño la frase con una caída de hombros muy teatrera, para darle más dramatismo. No surte efecto.
Esa es su manera de zanjar el asunto cada vez que yo me quejo cuando salimos y acabamos en este tugurio de música house lleno hasta la bandera. Lástima que no compartiera para nada su concepto de “mejor local del mundo” y gracias a dios que no compartía su gusto musical. El house no es lo mío.
Puse cara de perrito apaleado y la seguí hasta el final de la barra donde dos jovencitas con mucha más piel a la vista que ropa, bailaban de forma desenfrenada. “Juventud divino tesoro” pensé. No deben de tener ni veinte años y yo ya estoy más cerca de ser catalogada de treintañera. De hecho quedan solo dos semanas para mi cumpleaños. Qué depresión. 26 añazos ya. Si parece que fue ayer cuando me mudé a Barcelona para cursar mi carrera y alejarme de todo. Y, mírame ahora con una casa propia, un trabajo estable…
-¿Quién quiere unos tequilas? – grita Lara por encima del “chunda, chunda” de la música que empieza a darme dolor de cabeza.
…y las mismas locas del coño por amigas. Qué suerte que algunas cosas no cambien nunca. Qué suerte tenerlas desde hace tanto tiempo. Aunque ahora a Lara tenga que conformarme con verla muy de vez en cuando porque vive en otra ciudad con su novio Carlos. Y llevan ya 9 años, quién lo iba a decir. Ella trabaja de secretaria en un importante bufete de abogados y él es monitor de gimnasio. Y se quieren tanto que dan asco. Osea…ya me entendéis. Son asquerosamente felices.
Bibi en cambio vive en el mismo edificio que yo. Concretamente en el piso que está justo encima del mío. ¿Qué por qué no vivimos juntas? Lo intentamos, pero no salió bien. A ver, no me malinterpretéis la quiero a rabiar pero también quiero mucho a mi estabilidad mental. Y ella ni siquiera sabe lo que significa ese concepto. Así que decidimos vivir juntas pero separadas. Bueno, era eso o acabar saliendo en las páginas de sucesos del periódico local. El titular sería algo así como: “Chica de 25 años asesina a su compañera de piso asfixiándola mientras duerme”. Y no creo que yo durase mucho en la cárcel. Lo dicho, que mejor así.
-¡Los chupitos chicas! – grita Lara mientras me pasa el vaso y un pequeño salero.
En cuanto me lo bebo y chupo la sal del dorso de mi mano, el chupito baja quemándome el esófago en su descenso hasta mi estómago. Pero ya no tengo 18 años así que tengo que hacer un esfuerzo sobre humano para no vomitar todo lo que he cenado en medio del local. “Aggg…ya no estás para estas coñas, Ari” me dice mi, ahora mismo, asqueado subconsciente. Cojo la copa que Bibi me ofrece y me bajo casi mitad de un trago. Parece que se queda dentro, menos mal.
Un par de horas y unas cuatro copas después, mi vejiga está tan llena que creo que parte de mis otros órganos se han desplazado para dejarle espacio.
-Necesito ir al baño – le digo a Bibi que baila como una loca haciendo que la pobre Lara se tambalee de un lado a otro.
-¿Quieres que te acompañemos?
-Qué va, habrá una cola de mil demonios y ese pasillo es enano. No os preocupéis ahora mismo vuelvo – le digo mientras les sonrío.
Para mi propio asombro, cuando llego al lúgubre y diminuto pasillo, solo hay una chica haciendo cola. Aunque por la cara que tiene parece llevar un rato esperando su turno. Apoyo la espalda en la pared y cruzo los pies a la altura de los tobillos. Espero que la de dentro agilice un poco, porque no voy a tardar mucho en empezar a moverme como la chica que tengo delante a la que parece haberle entrado el baile de Sambito hace rato. Resoplo y estoy a punto de preguntarle cuanto lleva esa chica ahí dentro, cuando un agudo grito desde el interior me hace ponerme en guardia. La de la samba se para en seco y se queda mirando la desvencijada puerta con expresión de desconcierto. Me acerco hasta allí y trato de escuchar atentamente que pasa al otro lado. En cuanto escucho la voz grave de un hombre seguida de otro grito de mujer se me disparan todas las alarmas.
-¿Hola? ¿Te encuentras bien? – grito mientras golpeo fuerte la puerta.
Silencio. De repente es como si las, al menos, dos personas que parecen estar ahí dentro se hubiesen evaporado. Eso no puede ser bueno. De los gritos al silencio. Mal rollo. Decido intentarlo otra vez.
-¿Oye? ¿Estás bien? Haz algún ruido si necesitas ayuda.
Estoy a punto de empezar a patear la puerta cuando de repente se abre de golpe. De ella sale un tipo alto y fornido arrastrando a una jovencita delgada y con cara de asustada. Le aprieta tanto el brazo que se le está empezando a poner morado. Ella me mira a los ojos y el brillo de súplica que los inunda hace que se me ponga la piel de gallina.
-¿Estás bien?
La sujeto con delicadeza del otro brazo y ya sé la respuesta a la pregunta antes siquiera de que me la conteste.
-Está perfectamente. Suéltala – me dice el asqueroso tipejo con el tono de voz más intimidatorio que he oído en mi vida y aumentando la presión en el brazo de la asustada chica.
-No estaba hablando contigo, se lo pregunto a ella.
Ni siquiera le miro a él. No quiero cometer el error de hacerlo y dejar que me acojone su cara de loco y peligroso energúmeno. Además solo necesito que ella me dé una señal para sacarla de allí cuanto antes.
-¡Me importa una mierda que me hables o no a mí! ¡Te estoy diciendo que está perfectamente!¡Suéltala de una vez!
Cada vez está más alterado. Sea lo que sea lo que tenía pensado hacer con esa chica, yo lo estoy retrasando. Y eso parece enfurecerle. Aun así, y a pesar de que cada vez me tiemblan más las rodillas, no dejaré que se la lleve a menos que ella me lo diga. No podría dormir después si lo hiciera. Trato de serenarme y vuelvo a mirar a la asustada chiquilla. Joder, no tendrá ni mi edad.
-Escucha, sino quieres irte con él no tienes por qué hacerlo. Sólo dímelo y nos iremos las dos a tomarnos unas copas. Yo invito, de verdad. – digo tratando de sonar lo más tranquila y relajada posible.
-¡Es que no me has oído, maldita zorra! ¡Está conmigo y se irá conmigo! –me escupe tirando de ella con tanto ímpetu que la hace caer de bruces al suelo. La chiquilla suelta un gritito ahogado mientras se queda en el suelo sollozando.
Trato de acercarme a ella y levantarla, pero el tío me empuja contra la pared con tanta fuerza que tengo que boquear como un pececillo para recuperar el aliento. Cuando vuelvo enfocar la vista lo veo tratando de llevársela arrastras mientras ella trata de soltarse.
Ni siquiera lo pienso, me acerco a él y trato de soltar la mano con que la mantiene sujeta.
-¡Suéltala joder! ¡Suéltala!
Y de echo consigo que lo haga, pero solo un segundo antes de agarrarme a mí de los dos brazos mientras me zarandea y me empotra de nuevo contra la pared
-¡¿Pero quién cojones te crees que eres, maldita guarra!? ¡Es mi chica y me la llevaré donde me dé la gana! ¡Y si no quieres sufrir las consecuencias, déjanos en paz de una puta vez!
Mierda. De nuevo esa sensación. Hacía muchos años que no me sentía así. Atrapada y acorralada. Pero ya no soy una chiquilla desamparada e indefensa. Ahora tengo casi treinta años y ninguna persona, hombre o mujer, va a volver a tratarme así. Miro detrás del mastodonte que tengo delante clavándome los dedos en los brazos, y veo que la chiquilla se ha puesto de pie y nos mira con la mayor cara de terror que haya visto jamás. Me centro en sus ojos y le hago saber, con un imperceptible movimiento de la cabeza, que tiene que irse. Ya. Parece entenderlo porque desaparece en la pista de baile como alma que lleva el diablo. Así que estoy sola. La chica del baile acrobático anti pérdidas de orina lleva todo el rato encerrada en el baño. Imagino que temerosa de salir y ser también el blanco de la ira de este imbécil. No la culpo. Hasta yo sé que lo más sensato hubiera sido pasar del tema y seguir con mi noche. Pero mi moralidad pesa mucho más que mi capacidad para mantenerme a salvo.
El gilipollas sigue sujetándome e insultándome unos segundos más antes de girarse y descubrir que su presa ha huido. Vuelve a mirarme de nuevo y no tengo ni tiempo para reaccionar ante el semejante guantazo que me hace girar la cara hacia la puerta del baño. Joder, me han castañeteado hasta los dientes, la boca me sabe a sangre y me pitan los oídos. Forcejeo con él tratando de soltarme. Imposible, sus dedos como morcillas se me hunden cada vez más en la piel.
-¡Ves lo que has hecho, puta! ¡Mi chica se ha ido! – me grita acercando su cara a la mía.
Giro la cara y me obligo a calmarme. “Vamos Ari, esto lo has practicado con Raúl en el gimnasio. Puedes hacerlo. Sólo mantén la calma”. Vuelvo la cara hacia él y tomo aire. Cuando trata de acercarse de nuevo lo exhalo con fuerza y levanto la rodilla acertando de pleno en su centro neurálgico. Suelta un profundo gruñido y se encorva sobre sí mismo agarrándose la entrepierna. En cuanto me suelta yo corro en dirección a la discoteca tratando de alejarme lo máximo posible de semejante psicópata. Pero cuando estoy a punto de doblar la esquina me choco de pleno con un duro y fuerte torso que me hace trastabillar. Como puedo trato de sujetarme a su brazo para no besar el suelo.
-¡Eii! Ve con cuidado fiera. Podrías hacerte daño – me dice divertido el oportuno desconocido. Con una mano sujeta una enorme caja de cervezas vacías mientras que con la otra me sostiene de la cintura.
Su voz es suave y cálida. Y hay algo en ella que se me antoja familiar. Aunque ni siquiera puedo verle la cara en la penumbra del pasillo. Sin embargo no es el mejor momento para jugar a “Adivina quien soy”. No creo que el energúmeno al que acabo de golpear tarde demasiado en recomponerse. Y ya no tengo fuerzas para seguir defendiéndome de él. Necesito…necesito salir de aquí. Desaparecer entre la gente.
Sobresaltada y al borde del colapso, me aparto del chico y trato de ir hacia mis amigas. Pero él me sujeta con más fuerza y me obliga a mirarle a la cara. Unos impresionantes ojos verdes me observan con curiosidad.
-Eh, ¿te encuentras bien? – me pregunta preocupado – Tienes sangre en el labio ¿Qué te ha pasado?
Antes de que pueda responder, unos torpes y pesados pasos a mi espalda me hacen levantar la guardia de nuevo. Mierda, otra vez no por favor.
-Tengo… tengo que salir de aquí. Ese… ese tío. Yo… tengo que irme – digo a punto de empezar a hiperventilar.
El chico me mira con cara de no entender ni una palabra de lo que estoy diciendo. Y la verdad es que no me extraña. Ni yo misma sé muy bien que quiero decir. Solo necesito alejarme de los dichosos baños. Vuelvo a mirarle a la cara y me doy cuenta de que algo detrás de mí acaba de captar su atención. Y no necesito girarme para saber el qué. Mira al mastodonte y a mi alternativamente un par de veces hasta que parece que las piezas empiezan a encajarle.
Se oye un gran estrépito y veo como las botellas vacías se precipitan al suelo haciéndose añicos. El chico me aparta a un lado con delicadeza y avanza a grandes zancadas hasta el otro tío. En cuanto le alcanza lo estampa contra la pared y le propina un fuerte puñetazo en toda la nariz haciendo que la sangre chorree en todas direcciones.
-¡Te he dicho mil veces que no quiero verte por aquí! ¿¡Y aun así vienes y golpeas a una chica aquí dentro!? ¡Si vuelvo a verte cerca del local, me encargaré yo mismo de que te encierren de por vida! ¿Me has entendido, pedazo de mierda?
Por su cara de terror yo diría que lo ha entendido. Aunque con semejante tío gritándote en la cara después de haberte roto la nariz como para no darte por enterado. El chico lo suelta y el energúmeno pasa a mi lado golpeándome en el hombro al salir. Me giro y le veo desaparecer entre la gente en dirección a la puerta. Suelto un profundo suspiro y relajo la postura de mis hombros por fin. Maldita sea, estoy agotada. Estoy a punto de volverme para agradecerle su ayuda al apuesto desconocido, cuando una cabellera rubio platino entra en mi campo de visión.
-¿Se puede saber por qué tardas tanto? Pensé que te había tragado el wáter, hija – me regaña Bibi mientras se acerca a mí. Sus ojos se detienen en el corte de mi labio y la cara se le contrae de preocupación - ¿Qué te ha pasado, Ari?! ¿Te encuentras bien?
-¿Ari? – pregunta el chico a mis espaldas con voz de desconcierto.
Voz que por otra parte cada vez me resulta más familiar. Como si el chico al que pertenece ya hubiese pronunciado mi nombre antes con la misma naturalidad y delicadeza.
Me giro e intento enfocar su cara a través de la oscuridad que reina en el pasillo. Él camina lentamente hacia nosotras. Y cuando la tenue luz de la discoteca enfoca su rostro y me deja ver de nuevo sus ojos verdes, sé que en otro momento de mi vida ya me había perdido en ellos. Es como si volviese a bañarme en aquella playa a la que iba de pequeña y sus olas me resultasen familiares, cálidas. Tardo dos segundo en darme cuenta de quién se trata y de cómo nos conocimos. Aunque no puedo articular ni una palabra. Aunque no importa, Bibi lo hace por mí.
-¿Hugo? ¿Hugo Peñas?
Sus blancos dientes se distinguen en la oscuridad cuando esboza una amplia sonrisa al escuchar su nombre. Mira un instante a Bibi y después mí. Que, por si no es evidente, me acabo de quedar como si acabase de ver aparecer por el pasillo al perro de tres cabezas de la primera parte de Harry Potter.
-¡No me jodas! ¿Ari? ¿Es que tú y yo siempre tenemos que encontrarnos de esta forma? – me pregunta a medio camino entre la diversión y la sorpresa.
No puedo corresponder a su gesto. Así que le miro por última vez y sin decir ni una palabra me dirijo a la salida con la mayor decisión que soy capaz. Me abro paso a empujones y alcanzo la calle. El fino viento de mayo me azota la cara y hace que suelte el aire que ni siquiera sabía que estaba reteniendo. Y es justo en ese momento cuando los recuerdos de cómo nos conocimos Hugo y yo hace nueve años vuelven a mi cabeza como un torrente de nítidas imágenes. Hay imágenes alegres, pero en su gran mayoría se corresponden con momentos tristes y desconcertantes. Sólo éramos críos, pero eso no significa que fuésemos insensibles a nuestras emociones. O por lo menos yo no lo era. Y sinceramente no tengo ganas de revivir ninguno de aquellos momentos. Ya no soy esa Ari y no pretendo volver a serlo. Espero de corazón que os haya gustado. Sería estupendo si me dejaseis vuestras impresiones en los comentarios.
Besos Libro Adictos;)
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